Época: Barroco
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Arte Barroco



Comentario

El arte barroco se inició en Roma, la capital del mundo católico, la capital artística de Italia desde principios del siglo XVI. A ella acudían artistas desde todas las regiones de Italia buscando la protección y el mecenazgo papal. Allí recibió su influencia religiosa y su estilo dramático, allí alcanzó su madurez. Italia se convirtió de nuevo en el lugar al que todo artista tenía que acudir para formarse. De la congregación de artistas y artesanos resultó un arte total, en el cual el marco arquitectónico y la decoración se complementan y crean una atmósfera peculiar. La mayoría de los iniciadores del Barroco procedían del norte de Italia, de Bolonia, de Lombardía, de Módena, de Bérgamo, aunque también hubo algunos meridionales. Entre la aplicación y la imitación de las lecciones y las obras de los grandes maestros del Renacimiento, según un manierismo frío y elegante, y su procedencia provinciana, los artistas de finales del XVI y comienzos del XVII buscaron nuevos caminos en el arte. Caravaggio, Bernini y Borromini ocuparían un lugar preeminente en la gestación del nuevo estilo.
Michelangelo Merisi, conocido por Caravaggio, (1573-1610), llegó a Roma en 1591, después de una estancia de formación en Milán, donde asimiló la tradición pictórica lombarda caracterizada por el realismo y los experimentos luminosos. Protegido por eclesiásticos de la Curia, decoró la iglesia de San Luis de los Franceses con pinturas en honor de san Mateo, rompiendo con la tradición del Renacimiento, al emplear una técnica de contrastes violentos de luz y de sombra que hacía que destacaran personajes y objetos, y apartándose de la estética y las reglas tridentinas introdujo figuras populares en las escenas sagradas. Otras de sus obras, como el "Martirio de san Pedro", la "Conversión de san Pablo" o "La muerte de la Virgen", destacan por su realismo crudo y por el vigor y, a veces, la rudeza de sus expresiones, contra las convenciones propias del manierismo. Su influencia en la pintura europea del siglo XVII fue muy acusada, sobre todo porque aportó una audacia nueva en la composición, en la búsqueda del efecto dramático, en la visión de una realidad formada por hombres y cosas rutinarias y cotidianas, aunque transfiguradas por los contrastes violentos de luces y sombras.

La arquitectura sobresale entre las artes del siglo. Durante cincuenta años Roma contempló la rivalidad creadora de dos artistas excepcionales: Lorenzo Bernini (1598-1680) y Franceso Borromini (1599-1677). Introducido en la Corte pontificia, a Bernini se le encargó la ampliación de la basílica de San Pedro, que unos años antes, en 1612, había sido cerrada por Carlo Maderna. Este, sin embargo, había mantenido el enorme vacío del interior de la basílica. Para llenarlo y para que sobresaliera el emplazamiento del altar mayor, en la vertical de la cúpula de San Pedro, sin afectar estéticamente al cimborrio, Bernini levantó, entre 1623 y 1624, un enorme baldaquino, dando dimensiones monumentales a un palio. Lo que en éste serían débiles soportes de madera en aquél serían poderosas columnas salomónicas de bronce, que dan al conjunto todo su impulso y dinamismo. Al final de su vida, en 1667, construyó en el ábside de la basílica un monumental relicario llamado la "Gloria de San Pedro", como símbolo de la autoridad doctrinal de los Pontífices. En su construcción volvió a emplear las técnicas teatrales y de movimiento, cumpliendo todos los requisitos de espacio, altura y profundidad y consiguiendo en el fondo del ábside un efecto de unidad. En la parte baja del conjunto dos doctores latinos y dos griegos, que simbolizan la universalidad de la iglesia, presentan la cátedra de San Pedro, un enorme sillón relicario; en la parte superior, se ofrece una visión celestial compuesta por una aureola de rayos y nubes rodeando la ventana circular como un sol, con la paloma del Espíritu Santo en el centro. De ese modo, por un procedimiento netamente teatral, Bernini representa la asistencia prometida por Cristo a sus apóstoles y a los sucesores de San Pedro.

Para resolver el problema de la unión de la basílica vaticana con la ciudad y el agrupamiento de los peregrinos que llegaban a visitar la tumba de san Pedro, Bernini construyó, entre 1656 y 1667, una grandiosa columnata, la plaza de San Pedro, cuyo diseño elíptico produce la impresión de un espacio muy profundo, y cuya finalidad simbólica no es otra que resaltar el deseo universalista de la Iglesia, capaz de acoger a todos los hombres en sus seno. Su éxito se tradujo en los encargos escultóricos que le hicieron los pontífices Urbano VIII y Alejandro VII para la construcción de sus mausoleos. Precisamente, la escena fúnebre de la tumba de Alejandro VII es sobrecogedora, pues traduce el gusto de la época por la representación del drama de la vida y de la muerte e intenta, como todas las obras barrocas, suscitar en el espectador un efecto de temor que lo empuje a la conversión. Por otra parte, sus conjuntos escultóricos están llenos de virtuosismo y de un fastuoso decorativismo, tal como puede observarse en el grupo escultórico de "Éxtasis de santa Teresa", donde se nos ofrece una versión teatral muy del gusto barroco del delirio místico con realismo y fervor. La "Fuente de los cuatro ríos" de la plaza Navona, donde se resume el concepto barroco de movimiento; el grupo de "Constantino a caballo", una de las mejores estatuas ecuestres del Barroco; o la expresión de patetismo de la estatua de la beata Ludovica Albertoni, hicieron de Bernini un escultor que creó una escuela.

De temperamento más reservado y aun atormentado, Francesco Borromini no alcanzó tanta gloria y apenas consiguió encargos oficiales. Sin embargo, fue mucho más revolucionario que Bernini, con quien colaboró en la construcción del palacio Barberini y del baldaquino de San Pedro. Sus aciertos en la construcción de la iglesia de San Carlos de las cuatro fuentes (1635-1639), del convento de San Felipe Neri (1636) y del templo de San Ivo alla Sapienza (1642-1650), de fachada audaz y en exedra, le granjearon la protección del papa Inocencio X, quien le nombró, en 1646, arquitecto de la Congregación para la Propaganda de la Fe. Por encargo suyo restauró la basílica de San Juan de Letrán y la construcción del templo de Santa Inés en la plaza Navona. Su obra representó una extraordinaria renovación del lenguaje arquitectónico al ofrecer soluciones a los problemas del espacio y de la luz. Utilizando con asombroso virtuosismo la línea curva y otras formas decorativas anticipó los refinamientos del rococó.